13/7/11

Mateo 8:22

Cada septiembre vuelvo a este lugar a visitarte y nunca estás listo para recibirme. Quién te ha visto y quién te ve, Manolito. Todo lo que brillaste en vida, ahora lo has perdido ahí abajo, entre gusanos, debes estar a gusto descomponiéndote a toda velocidad y notando sobre ti el paso de los años. Toda esa materia descomponiéndose te resulta demasiado biológico, demasiado natural, pobre de ti. Pero como siempre y para todo, hay una versión bíblica para esto: ¿Qué se siente al sentir en tu propia carne el “polvo eres y en polvo te convertirás”? Seguro que esperabas algo más delicado y no tan asqueroso. Sobre todo tras una vida dedicada al señor todo poderoso, ¿verdad?

Menos mal que viviste dentro del sendero de Dios. Nunca te saliste de él, vivías por y para la norma divina y no contento con eso intentaste arrastrar a todos contigo. Me arrastraste incluso a mi, que crecí contigo y nunca fui igual a ti, Manolo. Siempre odié tu raya al lado y ese pelo repeinado, sobre todo los domingos cuando ibas a la iglesia y te cargabas de fe cristiana para el resto de la semana. Y a mi me arrastrabas contigo, ¡como si a mi me importara el final del camino y la salvación! Siempre te dije que debiste vivir tu vida con más intensidad, pero no me hiciste caso Manolito. Nunca escuchaste mi voz, la tuya siempre estaba por alto: “¡Quieto, no lo hagas!”, “¡Detente ahora que puedes o te arrepentirás!”, “No caigas en la tentación amigo, Dios está contigo.”

Si de mi dependiera, me habría ensuciado las manos con todo el barro del mundo y con las manos sucias hubiese tocado a todos cuanto tuviese cerca. Como un mesías  en su peregrinación, habría empujado a todos contra el suelo y me habría retozado con ellos en el fango hasta hundir mis pestañas en él. Qué vida malgastada la tuya, Manolito, cuidando de tus geranios blancos religiosamente cada tarde y sacando brillo a tus zapatos de piel cada sábado mientras escuchabas en la radio Nuevo Horizonte ese programa de lectura de la biblia, ese libro que tenías memorizado de pé a pá, pero que aún así querías oír una y otra vez. Tu único consuelo, tu guía y tu paz. Tú nunca te cansabas de seguir esa paz espiritual, la única que jamás conociste. Ni siquiera ahora que estás muerto has descubierto la paz verdadera tal y como reza el epitafio “D.E.P.”.

Fuiste un cristiano ejemplar y todos te adoraron por ello en vida, pero pocas lágrimas de verdad salieron de los invitados a tu entierro porque siempre fuiste un hombre vacío para con los demás. Manolito, ansiabas tanto tu otra vida, la del más allá, que tu amor al prójimo siempre fue una pose bien estudiada y poco más. Quizá fue ese tu error, el no actuar con naturalidad. Lo tuyo rozaba la locura irracional, como si de un amor adolescente se tratara. Mirándolo bien y con cierta distancia, lo tuyo era propio de un fenómeno fan. Un fanático empedernido que acabaste en mal lugar.

Y me da pena estar hoy aquí, de nuevo otro septiembre más sobre tu tumba sabiendo que no aprovechaste la vida y que negaste la evidencia, que ya no hay opción para ti. Pobre ignorante, me da pena de ti y rabia al mismo tiempo porque yo tampoco lo hice, no viví. No me dejaste hacerlo. Incluso ahora, después de muerto me tienes atado a ti y a este lugar intentando ajustar cuentas con el más allá para que de una vez por todas me dejes huir. Pero hay una diferencia entre tú y yo Manolo, tú estás ahí y yo estoy aquí. Aplazaste mi vida no dejándome salir, enterrándome en lo más profundo de tu ser, me prohibiste vivir a mi manera con tu absurda represión. Siempre fuiste un alma partida en dos, admítelo, y a mi me han dado otra oportunidad, por eso estoy aquí, para decirte de una vez por todas adiós. 

¿Recuerdas el versículo Mateo 8:22? Seguro que sí, no podría esperar menos de ti. A ver, recuérdamelo… ah sí, sí, ese dice así: “Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.” Pues ahora Manolito, yo te entierro a ti.

Todo el mundo ha pecado en vida Manuel, todo el mundo menos tú. Es el momento de decirte adiós y me dejes vivir.

1 comentario:

  1. Antonio, me ha gustado. Sigue así, subiendo textos y regalándonos minutitos de lectura.

    ResponderEliminar