26/7/10

605 391 0II

La chica le miraba con ojos de gata. Esa chica era lista, sin duda alguna. Su cabello negro era su mayor atractivo. Sí, en efecto, ella era una de esas chicas de pelo voluminoso, largo y brillante y sabía como usarlo.

Sus manos se movían por encima de la mesa, al ritmo al que hablaba. Y su sonrisa, grande como su boca, se dibujaba una vez tras otra siendo sólo interrumpida por los pequeños sorbos que daba a su copa. Su aspecto era el de una importante mujer de negocios, joven y poderosa. Y aunque desde allí no podía oír nada, apostaría mi vida entera a que su voz era firme, como la de un general. Su rostro parecía seguro, y como ya dije, sus ojos, los de una gata.

Él en cambio parecía nervioso. Si se tratase de un combate a muerte, no dudaría en apostar a la contra. Como una vieja mula al borde de un precipicio, así es como imaginaba a aquel tipo. 

De él, no sabía mucho... pero sí lo suficiente, aunque llevaba un tiempo tras sus pasos. Agarraba su copa y la movía en círculos. Cerraba mucho los ojos, un parpadeo que acentuaba su expresión de dolor en el rostro. 

Hablaron durante unos largos y bien aprovechados quince minutos. Agarró su bolso y sacó de él lo que parecía un pequeño diario. O quizás una agenda. No lo sé. Escribió algo y apoyó dos dedos sobre el papel. Lo deslizó por la mesa con un ritmo perfecto. Trazando una línea recta, hasta él. Luego ella se levantó y se fue con la cabeza bien alta, el paso firme y un temple que en pocas ocasiones he visto a alguien al caminar. Su bolso de piel en la mano, sus gafas de sol puestas y su pelo al viento. Ella si que sabía cómo utilizar su pelo, ¡vaya que si lo sabía! Él, permaneció sentado durante unos segundos, inmóvil mirando el papel escrito. Lo agarró con fuerza y con un movimiento brusco y descuidado, se lo llevó hasta el bolsillo de la chaqueta.

Con un ademán rápido y agotado llamó al camarero y pidió la cuenta. Al poco tiempo estaba entrando en la boca del metro y yo debía darme prisa en alcanzarle, si no quería perderle la pista justo ahora. 

Odiaba a ese tipo, siempre cogía el metro. Seguir a alguien por el metro es más difícil de lo que uno puede pensar de primeras. Hay mucha gente, pero eso no es una ventaja. El paso a veces se dificulta mucho cuando tienes que seguir a una persona. Es difícil mantener el ritmo con tanta gente de un lado para otro. Además, es un espacio cerrado y corres el riesgo de que te vea, te identifique. No llevaba la cuenta, pero durante el último mes me había montado en el metro con él casi dos veces cada día. Eso mínimo. Y siempre en el mismo vagón, es arriesgado montarse en otro y no bajarse a tiempo para seguirle a pie. 

Era hora punta, lo cual dificultaba el asunto. No quería que se montase en un vagón y quedarme fuera. Había mucha gente a pie de andén, esperando el próximo tren.

--o--

Bajamos cinco estaciones más allá. Como de costumbre, cruzando el río. No conocía bien esa zona siempre hacía el mismo recorrido. Le seguí por los túneles a pie, subiendo las escaleras. Se dirigió a un edificio cercano a la boca del metro. Su casa. Solo unos metros más allá. Su fachada era robusta. De esas que llaman la atención. Con un corte muy del estilo centro-europeo. Entró en cuestión de segundos. Pero esta vez yo le acompañaría. Había tramado un plan para adentrarme en su casa. Mi plan era perfecto.