20/8/09

La piel la tenía de puntillas...


La piel la tenía de puntillas. Parecía que sus poros querían en cualquier momento empezar a volar. Y no sabía por qué, pero siempre que le ocurría esto era que algo malo iba a pasar. Da igual que estuviese viendo la televisión, comprando en la carnicería o sacando al perro a pasear... cuando se le ponía la piel de gallina solo quedaba esperar la mala noticia.

Y miró por el cristal de la ventana de la cocina. Y al rato volvió a mirar. Y se extrañó. Y a las cinco de la tarde, con un sol que esperaba ya a la hora de dormir en este frío invierno, oyó un golpe en la puerta. Se levantó del sillón y mientras lo hacía lo volvió a sentir... ese escalofrío que le enturbiaba la piel, se la dejaba del revés.

Era su vecina la Toñi. Una mujer de anchas caderas y marcados pómulos. Una mujer algo tosca, con unas piernas anchas pero cortas. La Toñi era conocida en el barrio por su carrera artística que empezó muy de joven y acabó a la edad de veinticinco años cuando por cosas de la vida, se quedó viuda.

La Toñi venía blanca, de tez y espíritu. Sus ojos perdieron el color que le daban la vida y sus labios... ¡ay sus labios! unos labios que todo el barrio había envidiado alguna vez... venían secos, sin la palabra fácil que la Toñi tenía cualquier día a cualquier hora y en cualquier lugar.

- ¿Qué ha pasado, Toñi? - Preguntó.
- Qué... ¿qué ha pasado?... Te lo cuento y no lo crees. ¿Te lo cuento y me llamas loca! Te lo cuento y... y... ¡es que no puedo contartelo!
- Siéntate mujer, y te pongo un café, que con un café todo es más fácil.

Remedios siempre decía que con un café todo era más fácil. Siempre oyó a su madre, desde que era solo una niña, decirle eso a las visitas cuando venían con una mala noticia o angustiadas por algún tema en concreto que a esas edades se escapaban de su entendimiento.

- Remedios mujer... que estaba yo pelando las patatas, como todos los martes. Había ido a la frutería... Remedios... y no sé. Estaba como con un presentimiento. Creía que le había pasado algo a mi niña...
- ¿Le ha pasado algo a la niña? - preguntó con ansia mientras se daba media vuelta sobre si misma y dejaba la taza de café por solo un instante (comparable al que se posa una abeja sobre una flor) sobre la encimera de la cocina.
- No, Remedios, a la niña no le ha pasado nada. Es algo peor. Mucho peor. Y me vas a tomar por loca...
- Dímelo, mujer, que aquí nadie te toma por loca. Bien sabes tú, que en esta casa siempre se te ha ayudado, como a los míos en la tuya y no voy a dejarte ir en este estado hasta que no me lo cuentes todo y yo, al menos, intente ayudarte Toñi.
- Muchas gracias... si es que sabía que tenía que venir a verte. Desde que le vi por la mirilla de la puerta. Con esas canas... y ese bigote... pero esa mirada calcada a la de hace veinte años. Sus ojos no habían cambiado Remedios... ¡los ojos no!
- Y ¿quién era? - Preguntó con un tono que desvelaba totalmente sus ansias por saber más de este tema.
- El Manolo. Era el Manolo.
- ¿El Manolo? ¿Qué Manolo? Oh... ¡Dios mío! ¿Manolo? Pero... ¿cómo es posible? Mira Toñi... ¿estás segura tú de eso...?
- Totalmente. Como que se acaba de ir de mi casa. ¡Qué fingió su muerte Remedios! Y me dejó sola. Sola y con una niña. Con una carrera en pleno apogeo, que pocas cantan en el Madame Brouette de la capital... ¡y yo lo hice! Y lo peor de todo... me dejó sola y enamorada de un hombre que se suponía muerto. ¡Qué aún no me he quitado el luto Remedios! ¡Veinte años después!

Y era cierto. De negro riguroso la Toñi paseaba calle arriba, calle abajo por el barrio desde la muerte del Manolo hacía veinte años ya. Y en esos veinte años dio paso a una mujer de caderas anchas, de piernas gruesas y de bolsas en los ojos. Sólo éstos, sus ojos, y sus labios mantenían a la Toñi siempre viva. Los que la recordaban con sus cantinelas en la fuente de la Plaza Mayor desde que era una niña veían en sus ojos esas ganas de triunfar, de comerse el escenario. Y en sus labios veían a esa mujer pícara y atrevida, aunque a estos, desde hacía veinte años ya, la Toñi no los pintaba de ningún color.

- ¿Pero por qué ha venido ahora? ¡¿Por qué fingió su muerte Toñi?!
- No lo sé, no quiere hablar de ello. Sólo quiere conocer a su hija. Me ha contado que ahora vive en el norte, creo que en Pamplona. No lo sé, estaba muy nerviosa. Y que tiene mujer e hijos. ¡Qué vive bajo otro nombre! Ahora se llama Bartolomé, en honor a su otro abuelo. ¿Estoy loca Remedios? ¡No me queda otra que estar loca! Mi marido se levanta de su tumba y ¡me dice que está con otra mujer! Y que tiene hijos... ¡tres hijos! Un varón y dos hembras. A una le puso Antonia, en mi memoria. ¿En mi memoria? ¡Yo no soy la muerta en toda esta historia! Remedios... ¿te lo puedes creer?
- Francamente, me dejas sin palabras Toñi, no esperaba algo así. - Y cierto es que Remedios no lo esperaba... se había quedado petrificada y el café de la taza que tenía en la mano, algo frío.


8/8/09

La historia del pequeño Jimmy I


Y ahí, plantado, estaba el pequeño Jimmy con una piedra en el camino, que salió de su zapato para caer junto a su pie...


6/8/09

Diario del perfecto amante


Éste es el diario del perfecto amante. Del que da los besos con sabor a paz. Ese de la mirada tranquila, el que cautiva. Aquel que parece atractivo y lo demuestra. El que te templa y te da calor, el que te congela con un beso y te deja sin respiración. El perfecto amante es aquel que no hace ruido. Está ahí, siempre contigo. Y a veces, en un arrebato de pasión sale herido, pero no cura sus heridas en soledad, siempre busca curarlas con un amigo. El perfecto amante es ese que te abraza rodeándote y el que de vez en cuando se permite amarte.

Y por si no lo sabes, es también el perfecto amante ese que de vez en cuando llora por las noches cuando está solo. Ese que no tiene vacaciones porque vive en un perpetuo castigo. Es esa persona que no se toma un respiro. El perfecto amante no es altivo. No tiene la autoestima alta ni se gana enemigos. El perfecto amante es aquel que está solo, aquel que sólo necesita cariño.

Al perfecto amante no se le espera, no se le cita, ni se le valora. Al perfecto amante siempre se le deja escapar. Y siempre se le añora. A él y a sus abrazos que rodean, a su mirada tranquila, a sus besos con sabor a paz, a sus palabras bonitas y a su locura de permitirse amarte. Al perfecto amante siempre se le quiere volver a llamar, y se le echa de menos de verdad como a las cosas importantes... pero para entonces será demasiado tarde. El perfecto amante no volverá. Ya que es aquel que llora por las noches cuando está solo. Es el que vive en un perpetuo castigo. Es esa persona que no se permite un respiro. Es aquel que necesita cariño y nunca lo tiene.